El Hamburgo de Keegan y Magath
EQUIPOS DE LEYENDA
Alemania en fútbol significa competitividad, solidez… resultados. A lo largo de la historia los equipos germanos han demostrado en un sinfín de ocasiones que no es necesario ser más fuerte que el rival para alzarse con la victoria. Esa conciencia de unidad y creencia ciega en sus posibilidades, aun encontrándose en un estado crítico, fue interiorizada por los alemanes especialmente en la década de los 70. Equipos como el Bayern de Beckenbauer, los ‘Potros’ de Monchengadbach o el Hamburgo de Kevin Keegan y Félix Magath forjaron con sus gestas esa mística que todavía hoy acompaña a cualquier conjunto germano en sus andaduras por Europa.
De esos tres equipos de leyenda, aquel Hamburgo de finales de los 70 y principios de los 80 es el que mejor representa ese prototipo de equipo correoso sea cual sea la situación. No exento de calidad, edificó sus éxitos sobre una base de disciplina, superioridad física y oficio que primó sobre cualquier exceso técnico. En resumen, para disfrutar primero había que trabajar.
La llegada de Branko Zebec a aquel Hamburgo acentuó esa ideología. Con la base del conjunto que había ganado la Recopa de Europa un año antes, en 1977, Zebec construyó un equipo capaz de plantar cara a cualquier rival y en cualquier situación. A los ‘Manni’ Kaltz o Félix Magath se unió uno de los grandes talentos europeos del momento: Kevin Keegan. La gran figura del Liverpool campeón de Europa llegaba al norte de Alemania por la entonces escalofriante cifra de medio millón de libras.
Keegan pone la primera piedra
No fueron fáciles los inicios para el pequeño y rápido delantero. ‘Mighty Mouse’ (así se le conocía) no brilló en su primera temporada en Alemania y hubo que esperar a su segundo año para obtener resultados. En la 78-79, el Hamburgo se hizo con la Bundesliga y Keegan obtuvo su primer Balón de Oro. El delantero inglés marcaba diferencias en los últimos metros, pero Magath era el director de una orquesta que contaba con otros integrantes de gran nivel como Kaltz, Jacobs y Horst Hrubesch.
En la temporada siguiente, la 79-80, el Hamburgo experimenta en sus carnes la crueldad de un deporte que no entiende de méritos. En pleno apogeo, y tras remontar un 2-0 al Real Madrid en las semifinales de la Copa de Europa con una auténtica exhibición en Alemania (5-1), el equipo de Zebec se queda a las puertas de la gloria a pesar de acudir a la final como máximo favorito. El sorprendente Nottingham Forest de Brian Clough se cruza en su camino.
Un partido trabado, un gran planteamiento del conjunto inglés, las grandes intervenciones de Peter Shilton y un gol de John Robertson apartan al Hamburgo de la historia. La fiabilidad alemana se desmorona en cuestión de minutos por obra y gracia de un equipo que cuenta con las mismas armas y que está tocado por una varita mágica.
Como ocurre siempre en esto del fútbol, la derrota trae consigo un mar de críticas en el que Zebec fue el principal damnificado. En plena vorágine, Keegan se despide del club y ficha por el Southampton. Los entrenamientos de Zebec empiezan a ser cuestionados por su dureza física y se desvelan ciertos problemas de alcoholismo del técnico al comienzo de la siguiente temporada. Las consecuencias son inmediatas y el técnico del Hamburgo es destituido a mitad de campaña. Aleksandar Ristic es el elegido para dominar la transición hasta el final del curso.
Félix Magath disputó más de 300 partidos en sus diez temporadas como jugador del Hamburgo
En medio de los vaticinios que apuntaban a una dura fase de reconstrucción y tiempos de austeridad y sequía de títulos, llegaErnst Happel. El mítico técnico austríaco reanima a una plantilla denostada en cuestión de meses. Y lo hace con el látigo en la mano, con una política restrictiva y un rígido método que sirve como reconstituyente a los miembros del club alemán. "No es que haya que construir un muro alrededor de hotel de los jugadores, pero siempre hay que tener un par de ladrillos a mano". Con esta frase resumía Happel su filosofía, con el orden y la seriedad como pilares básicos.
La asimilación de los nuevos conceptos y la sumisión al nuevo estilo de vida se asientan de manera paulatina tras un año discreto. En la segunda temporada del nuevo proyecto, llegan los resultados. Jugadores trascendentes como Von Heesen, Rolf o Bastrup se suman a la plantilla y el Hamburgo vuelve a carburar. Cae la Bundesliga con relativa facilidad y los alemanes vuelven a presentarse en una final europea. El Goteborg azota de nuevo las ilusiones germanas y la creencia en el destino del nuevo camino se tambalea.
Happel y su Hamburgo respondieron al enésimo varapalo con mirada desafiante. En la 82-83 llegó el momento de levantar los brazos al cielo. Cayó otra Bundesliga y en la Copa de Europa el desenlace fue bien distinto. Dinamo de Berlín, Olympiacos, Dinamo de Kiev y Real Sociedad quedaron en el camino de los alemanes hacia la final. Atenas y la Juventus de Boniek y Platini eran el último escollo hacia la leyenda.
Los héroes de Atenas
Y no era un obstáculo cualquiera. Con dos de los mejores jugadores del momento y hasta seis integrantes de la Italia campeona del mundo en 1982, la Juve se presentaba como el perfecto verdugo para acabar de una vez por todas con el insistente Hamburgo. Con el habitual tinte épico que escriben las finales, los de Happel tomaron ventaja gracias a un disparo lejano de Magath que batió a Dino Zoff y se parapetó sin remedio en su campo aguantando las embestidas de los italianos. Allí surgió la figura de Stein, heroico en sus intervenciones a un cabezazo de Platini y sendos disparos de Cabrini.
Con el pitido final se desató la euforia y el Hamburgo reescribió el guión que le definía como eterno perdedor. Se habló mucho del marcaje que Happel diseñó para secar a Platini, pero el austríaco evitó especulaciones injustas. “Si se juega con marcaje al hombre, se acaba con once burros sobre el campo”, sentenció a posteriori.
Europa por fin contemplaba con admiración al Hamburgo campeón. La Intercontinental y Gremio, con un gol de Renato en el minuto 93, arrebataron otro momento de éxtasis a los alemanes pero ya no importaba. El objetivo se había consumado. Como bien dijo Happel una vez, "Un día sin fútbol es un día perdido". Aquel 25 de mayo de 1983 se había presenciado un partido de fútbol y, esta vez sí, el Hamburgo había resultado vencedor.
jaime.rincon@marca.com
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